La contemplación de la belleza, una vía de Entrada a lo profundo
Luz María Mansilla Perez
Intentando definir el concepto de belleza encontramos definiciones que apuntan desde un
planteamiento objetivista, otro subjetivista, hasta uno ontológico. Particularmente
nuestro interés surge desde un punto de vista místico, aspirando a encontrar en la belleza
la unión con la divinidad.
El ser humano por naturaleza tiende a la búsqueda de la belleza. Según nuetro parecer,
consideramos que esta búsqueda obedece a una necesidad vital. Si bien la belleza es
inútil, observamos que el ser humano siempre anhela alcanzarla. ¿Será porque en lo bello
encuentra armonía, orden, unidad? ¿Será porque lo bello está asociado a la bondad y
verdad y lo invita a vivir en unidad? Tal vez en la experiencia de lo bello está la sospecha
del sentido.
En el curso de la historia se han construido variadas teorías de la belleza, todas ellas si
bien tienen una visión parcial, cada una tiene su valor. Asimismo las diversas
manifestaciones de belleza, tan peculiares en algunas culturas, puede que parezcan
lejanas a nuestras particulares creencias, sin embargo todas ellas no dejan de ser
respetables y valiosas.
El recorrido a través de la historia del arte hace evidente la diversidad, siendo fuente de
riqueza para la humanidad. Permite ampliar nuestra mirada y comprender la visión
estética de otras culturas. No obstante, sin desconocer su aporte, diferimos de aquellos
movimientos que propician un arte con rechazo de toda tradición y con carácter de
rebeldía y destrucción, buscando significados sin necesariamente involucrar lo estético.
Por el contrario, nos abanderizamos con aquel arte positivo, que se relacione con las
aspiraciones profundas del ser humano, un arte luminoso, que sea expresión de lo
profundo.
En este estudio nos referimos a la belleza en el arte así como en la naturaleza. Es en la
contemplación de esta última, y a través de un trabajo dirigido dentro de la práctica de
ascesis, donde podemos sumergirnos en las profundidades de la conciencia y fusionarnos
con lo divino.
Esta experiencia mística, de unión con Dios, no obstante ocurre dentro de un estado
alterado de conciencia y es pasajera, queda grabada en la memoria como esos instantes
de gran significancia y se desparrama poco a poco en la vida cotidiana, manifestándose
con el registro de la presencia de Dios. Este vivir en el mundo con la presencia de Dios, si
bien se da en ciertos momentos, es efímero, nos llena de sentido e impulsa a vivir en
unidad.